lunes, 29 de diciembre de 2025

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Papi se nos fue en el 2025.

No sé qué otra forma encontrar para empezar a escribir sin mencionar este nuevo evento que se suma al —lamentablemente— extenso listado de hechos que nos han ido dejando rotos.

Lo irónico, y algo que todavía sigo procesando, es que fue precisamente en una etapa en la que se encontraba mejor de salud, cuando en los meses anteriores, al estrenar el nuevo año, no había sido así.

Vayamos desde el principio: Enero me encontró en medio de un nuevo comenzar, literalmente. Un inicio que, dentro de la emoción y el sentimiento de meta alcanzada, trajo también muchos desafíos: aprender a moverme en espacios desconocidos, recalcular rutas y entender —con paciencia— que hacer de un nuevo lugar un hogar toma tiempo.

Pudo haber sido sobrellevado, pero la vida tiene ocasiones en las que hace sus propios planes, no los tuyos. Y en medio de todos los cambios, tocó enfrentar, una vez más, muchos encuentros en hospitales. Muchas preguntas médicas. Mucha oración para que sucediera un milagro.

En todos los aspectos, físico y mental, el primer trimestre del veinticinco fue abrumador. Sobrellevando mucho más de lo esperado y sin una brújula exacta de cómo hacerlo.

Fue ahí cuando llegó la primavera e, increíblemente, en medio del caos, había algo parecido a florecer. Un escape entre amigas esperado desde hacía meses. La casa tomando forma. Visitas que son medicina. La salud restableciéndose.

Fue entonces cuando vino el golpe. Inesperado, injusto, traumático. Demasiado rápido.

Llega un punto en el que, cuando te han tocado tantas despedidas bruscas, el corazón se acostumbra. Y lo más temible de esa sensación es que te deja preparado para esperar siempre lo peor, sin importar las circunstancias. Es muy difícil seguir tu camino de esa forma, más cuando tu naturaleza ha sido buscar el agradecimiento en todo. Y de repente, desconoces ese sentir y no sabes dónde ni cómo volver a él.

Los meses subsiguientes pasaron. Ni más ni menos. Las ganas en freno. Las responsabilidades no. Te toca seguir cumpliendo. Responder preguntas que antes eran simples, cuando hoy enfrentar un “¿cómo estás?” puede sentirse como un examen al que llegas sin haber estudiado.

El 2025 conoció un aspecto silencioso y sombrío de mí que no sabía que podía existir. Sentí duramente el miedo de que el resto de mis días fueran siempre así.

Pero vuelvo a la frase mencionada anteriormente: la vida con sus propios planes. Y es en agosto cuando me regala una pausa. Una distancia. Un soplo de respiro con el mar cerca. Un cambio de horario que fue un almíbar para conciliar el descanso mental. Me permitió, por momentos, volver a sentir agradecimiento puro. Decirlo y sentirlo.

Retomé algo de ganas, las suficientes para no dejar pasar el momento. Y aquí estamos: algunos días más fáciles que otros, pero buscando siempre la forma de cuidarme. No solo por mí, sino por las muchas razones que tengo para estar bien, incluyendo quererme a mí misma y disfrutar estar.

Septiembre me regaló la risa más pura que le he escuchado a mi mamá. También me mostró lo bonito que es sentir el amor y el apoyo de una hermandad capaz de moverse para ser terapia unas para otras.

Octubre me trae su constante solemnidad: celebrar a quien es refugio y equipo.

Llega noviembre y me sube al cuarto escalón de la vida. El pavor que sentía ante este hito era mucho. Sin embargo, ha sido una de las sorpresas más bonitas. He recibido la nueva década como la oportunidad de dejar atrás lo que sobra, con ánimo de sentir fuerza y la esperanza de volver a experimentar algo parecido a la plenitud dentro de nuestra realidad.

Hay algo muy revelador y extraño que se siente con los 40. Estás a la mitad del camino, y eso trae reflexión.

Yo empecé el 2025 pensando que iba a extrañar el apartamento que fue nuestro hogar por diez años. Y resultó que iba a extrañar otras cosas más importantes.

Pensé que sería un año de esplendor, y resultó una encrucijada de encontrar destellos de luz apenas a ratos. Pero los encontré. Y los tengo, en tiempo presente.

Es de ellos que tomo su mano. Bailo, abrazo, lloro, río y, más que todo, agradezco.

2026, dicen que tienes las características de ser transformador. Si lo eres, que sea para convertir el mal en bien, el temor en fe y los momentos difíciles en fortaleza.

Yo seguiré tratando de mirar el cielo y sonreír, buscando el salpique del agua salada que me cura. De tomar las herramientas que la tecnología nos trae, no para sustituir, sino para acompañar y ser mejor.

De ir un día a la vez, hasta que nos volvamos a encontrar y nos toque repasar los meses, una vez más.

Finalizo con la frase que fue motor en este año tan complejo. Que me acompañó por sorpresa en la llegada brillante de los cuarenta y que hoy representa mi sentir: podemos ser como fragmentos de vidrio roto y, aun así, construir una bola de disco que brilla en su entorno.

Que nunca nos falte la capacidad de ser parte de lo bueno, en la historia de alguien que tuvo un año difícil.

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