sábado, 10 de marzo de 2012

Otro 9 de marzo vacío.

El tercero de mi calendario y la costumbre no va de la mano con la aceptación.
El cumpleaños dejó de ser cumpleaños. La fecha es ahora un sinónimo de dolor y nostalgia… de recuerdos.


Memorias que trato de engañarme para no pensarlas, pero que al parecer su sabiduría se incrementa con el tiempo – ya que siempre logran escabullirse y meterse en mi presente.
No necesariamente es que me duela el pasado. Al contrario; En él se aferran las alegrías que viví y por tanto, agradezco de manera infinita precisamente eso: haberlas tenido. Haber disfrutado tanto de mi abuelo.

Pero a pesar de que trato de entender y no quejarme, no puedo controlar la tristeza de que ya lo tengo que dejar en mi pasado, fuera de mi presente y futuro.

Todos los días pienso en ti. Hoy más que nunca. Te felicité desde temprano. Te mandé desde mi corazón el abrazo. Me reí contigo y te expresé mi envidia, porque no me cabe duda que estas en un lugar que sólo acepta la perfección.

Te conté que aquí en la Tierra estamos bien. Me respondiste que eso lo sabes ¿Cómo nuestro ángel ignoraría el estado en el qué estamos? Reí nuevamente. Una vez más me demostraste tu sapiencia de oráculo. La extraño demasiado.

Trato de no pensar en este día. Es más difícil que todo el resto. Continuó buscando las mil maneras imposibles de felicitarte. Ninguna es suficiente porque no te incluyen. 

Por tercera vez, me conformo con mi escritura – la expresión que compartimos y cultivamos juntos. La lengua que tantas veces nos ha entendido a ti y a mi, porque hemos sabido dejar que las palabras hablen por nosotros.

Considero que sigue siendo insuficiente. Es otra felicitación que acompaño con un hasta pronto.

Egoístamente te pido dos favores. El primero es que estés feliz y así me puedas conceder el segundo deseo: envíanos parte de esa felicidad con algo de conformidad para los días que se colman vacíos.

Me tiraste un beso y me devolviste el abrazo.
Feliz cumpleaños mi pollito querido.

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