Los 20 de junio me retoman al 2003. Ese año, cayó viernes.
Y celebré mi graduación de bachillerato.
Para el momento, fue algo muy importante para mí. Influye que tienes diecisiete años y desde los seis, estas en el mismo colegio. No olvidemos que sucedió en la edad en la que creemos que conocemos el mundo, y que las aventuras están a punto de empezar.
Hoy se cumple una década de ese día en que me puse la
toga y birrete azul, y cambié de izquierda a derecha la borla blanca. Me lo
repito a mí misma varias veces, a ver si logro que la lógica del alma capte el
hecho.
Me impresiona tanto lo fácil que pasan los años. La ironía es que nos quejamos día a día, cuando estamos en la oficina y vemos que el reloj simplemente no decide marcar las cinco y media de la tarde, para uno ya haber cumplido con el horario de regla, e irse.
Pero los años no. Ellos pasan y ni cuenta nos damos.
Soy el ejemplo concreto de la vuelta maroma que me dieron diez calendarios, y
que apenas lo sentí.
Mis recuerdos del colegio, los tengo como si fueran de
ayer. Los recreos, las meriendas, las materias las tareas, los trabajos en
grupo. Los días de deportes, las camisas por dentro (cuando la rebeldía era que
la lleváramos por fuera) las faldas y sus longitudes arcaicas.
Ha pasado mucho tiempo de esos días en que las
responsabilidades se abreviaban en un horario de ocho de la mañana, a una y
media de la tarde (con receso incluido).
Salí del colegio a una realidad totalmente nueva,
quizás porque era la que representaba la verdad de lo que trata la vida. Por
los doces años anteriores al 2013, estuve rodeada de los mismos compañeros, con
quienes fui creciendo en edad y conocimientos.
A partir del 21 de junio, ya no era así. Empecé un
camino aparte, de personas y experiencias desconocidas que estaban a la espera
de yo descubrirlas. Y mientras ahora
escribo, ellas me visitan en imágenes desde mi memoria. Incluyo viajes,
carrera, maestría, trabajos, pasantías, amores que resultaron ser más desamores, lejanías,
independencia, expansión de familia, logros y amor del bueno.
La Biblia describe al número diez como la perfección del
orden divino. Es la década que representa todo el sistema que le continúa. Y
considero que no hay mejor manera para describir mis vivencias del 2003 al
2013: no me ha faltado nada, ni tristezas ni alegrías. He tenido ambas. Ha sido
un ciclo completo de imperfecciones que se han sobrellevado junto a la fe y perseverancia.
Por tanto, es un tiempo perfecto.
No niego que la conmemoración es agridulce. Una parte
de mi, se siente todavía con diecisiete años, y con toda la energía del mundo
para conquistarlo. Ojala que siempre se quede conmigo esa inocencia y pasión
para enfrentar las cosas con el mejor ánimo. Tristemente, es lo que vamos
perdiendo al mismo tiempo en que pasan los años: sin darnos cuenta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario