Llegamos al momento que tantos
han ansiado. Que tanto se ha esperado. Decirle adiós al año más inadvertido que
se ha vivido desde hace mucho tiempo.
Yo lo inicié vestida de ilusión.
Con la esperanza más pura de todas. La que fue creciendo dentro de mí en el
caminar que ya era de tres, y finalmente se convirtió en un techo para
cuatro.
Pero mucho antes de llegar a ese
instante cúspide de nuestra historia, todo cambió para todos. Fue al
momento en que el invierno le tocaba despedirse para dar paso a un nuevo
florecer. Y realmente el intercambio que obtuvimos fue temor. Uno inesperado
que ha tomado tiempo entender.
De repente y de golpe nos tocó
enfrentar una enfermedad y las muchísimas situaciones fuera de nuestro dominio
que trajo con ella. Todo al mismo tiempo. Todo el planeta incierto.
Se tuvo que aprender que el
significado de una pandemia se entiende y respeta realmente cuando lo
experimentas. Se asimila el poco control que se tiene sobre la vida. Se empieza
a aceptar separaciones que anteriormente veíamos como imposible. Hicimos pausas
obligatorias que llevaron a que presenciaríamos lo que una vez creíamos
absurdo: silencio en calles que solo conocían música y esplendor. Vacío en
lugares reconocidos por multitudes constantes. Balance de trabajo y escuela
simultáneamente. Llevar la vida desde casa con el contacto virtual como tu
mejor aliado social.
Para muchos, este año fue un
virus. Y sin duda, es muy difícil encontrar algo bueno en una dolencia que
nos ha quitado tanto: libertad de horarios, tiempo, viajes, familiares, amigos,
trabajos, oportunidades. Deja en su traspaso despedidas solitarias y adioses
por mitad.
Depende de nosotros verlo sólo
como un padecimiento de la historia. Yo espero poder recordarle en parte con
bondad. Con la generosidad que renació en ayudar al prójimo. Con los días que
aplaudimos la valentía del cuerpo médico. Valorando los abrazos dados en el
pasado, mientras la ilusión nos acompaña aún más esperando encuentros en el
futuro.
Nos deja con la virtud en la que
estamos aprendiendo a cuidarnos unos a otros. Con el regalo de buscar nuevas
formas de salvar vidas, y dándonos fuerzas de reconocer que otras están
llegando a la frontera celestial. Sabiendo que el dolor en su ausencia probable
no sane jamás por completo, pero que los recuerdos y el amor que dejan en su
caminar, servirán de pañuelos para limpiar nuestras lágrimas.
Por más oscuros que fueron estos
meses, yo tuve un lucero que empezó a latir dentro de mi hasta ya brillar
propiamente. Y parecido al son de la canción, hoy tengo tres sonrisas que son
luces que seguir en las noches sin luna.
2020. Tan rápido, pero tan lento.
Tan sencillo y a la vez complejo. A ti que me lees, te deseo lo más importante
por lo cual aprendí a luchar en este tiempo: paz. Que tengas las fuerzas
suficientes para que sanen las heridas físicas y emocionales. Que digas te
quiero a todos los que quieras. Los de cerca, los de lejos y los que te acompañan
en la memoria y corazón.
Deseo que sigamos dando formas,
colores y adornos a nuestras mascarillas, que nos ayuden a valorar que ahora
mismo son el accesorio preciso de cualquier atuendo.
Como último, que el nuevo año te
reciba con unas ganas de ser feliz y una sonrisa que traspase la
mascarilla.
Que tengas un sano nuevo año.
1 comentario:
Muy bella la reflexión ❤️
Publicar un comentario