Empiezo
por el final. Porque es lo más reciente, porque ha significado tanto y porque
duele demasiado.
El
2013 despide a mi familia de una forma intensa y chocante. Con un hecho que
cada día me despierto pidiendo que no sea verdad; aunque dentro de mi,
sé que lo más que puedo pedir es que me ayude a entender que sea verdad.
Pero mi corazón todavía no lo razona y se rehúsa a perder la esperanza de un
milagro que parece imposible.
Para
ser justos, vale decir que antes del vuelco inesperado que estamos tratando de
sobrellevar, el 2013 ha sido un año de muchas cosas que agradezco. De
oportunidades para alcanzar metas muy puntuales. Estoy en el lugar en el que
soñé estar por más de cuatro años. Y por el que luché para alcanzarlo de la
manera correcta.
Trabajé
sin descanso. Ahorré con sacrificio y en silencio hasta que llegó el momento de
decir adiós a la comodidad de una zona neutral para zarpar a una aventura en la
que desconozco su rumbo final.
Mientras
hago un re-encuentro de los doces meses, me doy cuenta que el 2013 ha
significado un año de despedidas. Algunas buenas y otras malas. Unas cuantas convenientes
y algunas más que sigo sin comprender.
Despedidas
que incluyeron orar por el bienestar de familiares en intervenciones quirúrgicas.
Una bendición que dicha despedida le continuó una mejor bienvenida (y llena de
salud)
El
hasta luego continuó entre hermanos. Fue el inicio de la expansión de mi
familia al exterior. Dicho trayecto se amplificó con mi persona en la hazaña que
fue una decisión que todavía sigo descubriendo y de la que espero lo mejor.
Me
conforta decir que he tenido un compañero de trayecto que coincide ser en mi
mitad y con el cual todos los días me enfrento para que se sume el amor, algo
tan bonito que ojala todo ser humano tuviera la dicha de sentir y disfrutar
como yo he podido.
Hubo
más adiós. Algunos que esperé por mucho tiempo porque sencillamente sabía que
no encajaban en mi vida.
Otras
despedidas fueron calladas y forzosas a lugares físicos con los cuales crecí y
aprendí a admirar el empeño de trabajar. Un espacio que representa el
sacrificio de una familia extranjera en un país que se convirtió en hogar.
Y es
así que llega el momento de la despedida sin lógica. Llegó de golpe, sin avisar
y muy cruel. Sin buscarlo, aprendimos que la vida sí cambia en un segundo. No en un minuto, no en una hora. No en un
día.
Un
segundo es lo que se necesita para darte cuenta que tantas veces se pelea sin
sentido. Que decimos más lo malo que bueno. Y que la mayoría de las veces acabamos
conversaciones evadiendo un te quiero o un abrazo… para después querer decirlo
y no poder porque simplemente ya no es una posibilidad.
En
el 2013 perdí a mi hermano de la vida en un asesinato a sangre fría. He tenido
que vivir el duelo lejos de casa, de mi familia y de él.
Por
mucho tiempo, esperé el fin del año 2013 porque esperaba escribirle como un
momento feliz. Todas las piezas encajaban. Ahora es tan difícil. Los días me pasan y sí: hay abrazos,
hay paseos, hay estudios, hay cosas buenas. Todas acompañadas en silencio de un
dolor que no puedo describir pero que espero que nadie nunca lo tenga que pasar
(la muerte va segura para todos, un homicidio no, esto último es una decisión)
El
fue quién me llevó al aeropuerto el día que me fui de mi país natal a vivir al extranjero.
Jamás pensé que ese sería mi recuerdo final en el que le dije en persona cuanto
lo quería y le dí un abrazo.
Con
dicha lección despido a mi año de despedidas. No dejen de decir lo que sienten.
Sean fieles a ustedes mismos. Abracen hasta empalagar si quieren, pero abracen.
Y agradezcan por segundo… porque tan solo basta ese milímetro de tiempo para
que la vida cambie.
Alrededor
de mi, el 2013 fue un año muy bonito para personas que conozco. Lo agradezco
con fe en nombre de ellos y deseo que el camino de todos continué para bien.
En
nuestro caso, considero que será así. Nos toca ahora aprender a vivir queriendo
en la distancia y revistiendo el dolor con esperanza y fe.
Feliz
nuevo año burbujas.