Un artículo de opinión muy especial... para mi. Gracias a todas aquellas personas que me hicieron saber su apreciación por el escrito. De manera muy personal, es una grata satisfacción que se hayan sentido identificados. Espero que por igual, sea una iniciativa en sus vidas para evaluar cuantos momentos "priceless" hemos dejado pasar y así, empezar a valorarlos. Disfruten el resultados de dos cinco pesos.
Viaje a Turquía por RD$10.00
Dentro de las mil y una curiosidades - por no decir adversidades - con las que me topé en los años de bachillerato, hay dos en este texto que debo destacar. La primera se basa en el descubrimiento de una profunda admiración hacia los anuncios publicitarios de las tarjetas Mastercard, los cuales aún en la actualidad, aplaudo por su innata creatividad de presentar el listado de productos que el dinero puede y no puede comprar. La segunda, puede parecer en principio un derivado de la glotonería, pero va más allá que cometer el segundo pecado capital. Devorar los deliciosos, hasta el extremo, turcos de queso a la hora de la merienda, mantienen en mi memoria un lugar permanente que ni siquiera libre de impuestos, me permito negociar.
Faltando cinco para los treinta minutos de las diez de la mañana, nuestras miradas se centralizaban en las agujas del reloj que por efecto de hambre y desesperación, parecían tomar vida y autodenominar el mundo con su lentitud. Sonaba el timbre que fungía el papel de la campana y ya las papeletas con valor de una decena – que para esa época todavía prevalecían - estaban en mano. Los empujones y desorden de la fila para llegar a ellos eran olvidados desde el instante que nuestros dedos y sistema olfativo los reconocían. Su forma triangular distinta al resto de las “nutritivas” degustaciones de la cafetería además de su sabor a pura comida chatarra, nos brindaban de modo sencillo, momentos de exquisitez.
Lo irónico de la situación, es que el conjunto apetitivo por el que día a día gran parte de los ochocientos estudiantes del colegio se disputaban para obtener, no pertenecían a los otros muy populares turcos que un señor Papo lograba vender en variadas zonas de la ciudad. Para los seguidores del primer modelo – en el cual descansa mi inclinación – este factor agregaba un toque extra de diversión al momento del paladar. Una especie de competencia sin malicia surgía entre los “Pro – Papo” y los “Pro – nuestros” que incluía comparaciones, análisis del diseño físico y justificaciones de cada sazón.
Convenientemente para la salud nutricional, han pasado más años de lo que mi mente y cuerpo quisieran desde el último día que probé uno de ellos. Llegué a esta melancólica conclusión cuando percaté que mi hermanita - ya no tan “ita”- se encuentra en su año de graduación. Entonces, empecé a dialogar con mi mente e imaginación sobre si ella junto a sus amigas, tuvo la satisfacción de vivir esos pequeños tiempos de deleites en el recreo. Es ahí que enlazo dos de las características de mi bachillerato: Cómo una mezcla de harina, aceite y queso me regaló un viaje diario a Turquía por $10 pesos a través del cual, nosotras olvidábamos los problemas o por lo menos, los aliviábamos con desahogos de risas, quejas y soluciones hipotéticas.
Fueron etapas que en el momento en que se viven, lo que más desea el cuerpo vestido de rebeldía es que finalicen y ya se “sea grande”. Después, cuando se deduce que la realidad es pintada con acuarelas y que no acepta la rebeldía, entiendes que media hora de descanso, una esquina del patio y una suma de diez pesos permiten una escapada que no tiene precio.
Publicado en prensa por la revista OH! Magazine en texto de Natalia MQ - 7 Junio, 2008.
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http://listin.com.do/app/oh_article.aspx?id=61577
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