Estos últimos días han sido revoltosos. Entre el proceso de papeleo para depositar mi suerte en la tómbola educativa del Estado y avanzar un paso con la fase de admisión a un lugar anhelado ubicado en otro mar, he olvidado un poco respirar y encomendar mi fe de que todo saldrá bien.
Ya casi todo está listo. Sin embargo, el corazón – más que la mente – sigue buscando razones con que preocuparse. Es difícil este trance. Por más que te dices, “No voy a pensar en eso hasta la fecha de información”, sigues pensando en eso… no tienes más opción.
Fuera de que la oportunidad esté para mí o no, un requisito complemento del formulario de admisión, me ha otorgado un gran regalo de consideración.
Nunca había leído una carta de recomendación. Mucho menos necesitado. Hace sólo unos momentos, lo anterior dejo de existir. Algunas fueron dadas por personas con quienes he compartido en el ámbito laboral. Sus palabras de orgullo y admiración me hicieron sentir que si hay quienes pueden creer en ti.
Hubo otras cuyo emisores son (todavía en tiempo presente) en gran parte mis mentores. Escuchar en mi imaginación cada una de sus voces escribiendo respecto a mi, conllevó a que el corazón se me pusiera un tanto blandito (se me desbarató de sentimiento).
Fueron testimonios sinceros, graciosos, profesionales y afectivos de los cuales lo que más gratifico es su interés para nada fortuitito.
Me siento especial pero no por lo que muchos pueden imaginar. Lo bonito de la situación es la oportunidad que me presentó. Acordarme que desde lejos o tal vez cerca, existen lugares para dejar huellas. Resultó ser que aquellas almas que aún con el tiempo les designo el título de profesor, marcaron no solo mi camino. Parece ser que con actos equitativos, me recuerdan con cariño.
Mis gracias para ustedes. Ahora valoro con empeño el papeleo de admisión.
Ya casi todo está listo. Sin embargo, el corazón – más que la mente – sigue buscando razones con que preocuparse. Es difícil este trance. Por más que te dices, “No voy a pensar en eso hasta la fecha de información”, sigues pensando en eso… no tienes más opción.
Fuera de que la oportunidad esté para mí o no, un requisito complemento del formulario de admisión, me ha otorgado un gran regalo de consideración.
Nunca había leído una carta de recomendación. Mucho menos necesitado. Hace sólo unos momentos, lo anterior dejo de existir. Algunas fueron dadas por personas con quienes he compartido en el ámbito laboral. Sus palabras de orgullo y admiración me hicieron sentir que si hay quienes pueden creer en ti.
Hubo otras cuyo emisores son (todavía en tiempo presente) en gran parte mis mentores. Escuchar en mi imaginación cada una de sus voces escribiendo respecto a mi, conllevó a que el corazón se me pusiera un tanto blandito (se me desbarató de sentimiento).
Fueron testimonios sinceros, graciosos, profesionales y afectivos de los cuales lo que más gratifico es su interés para nada fortuitito.
Me siento especial pero no por lo que muchos pueden imaginar. Lo bonito de la situación es la oportunidad que me presentó. Acordarme que desde lejos o tal vez cerca, existen lugares para dejar huellas. Resultó ser que aquellas almas que aún con el tiempo les designo el título de profesor, marcaron no solo mi camino. Parece ser que con actos equitativos, me recuerdan con cariño.
Mis gracias para ustedes. Ahora valoro con empeño el papeleo de admisión.