Una babosa y sus vivencias... La era de mi universidad.
En algún lugar del mundo, resido yo. Estudié Comunicación Social en una facultad cuyo nombre me voy a reservar. Mis trabajos para entregar solían ser escritos de mi creación; Algunos son temas libres. Otros especulaciones de mis maestros. Los mejores, los publico aquí, dando a conocer la materia, el tema a tocar y claro... para voltear la situación, comparto NO la nota de grado que obtuve pero sí MI evaluación sobre el profesor.
En algún lugar del mundo, resido yo. Estudié Comunicación Social en una facultad cuyo nombre me voy a reservar. Mis trabajos para entregar solían ser escritos de mi creación; Algunos son temas libres. Otros especulaciones de mis maestros. Los mejores, los publico aquí, dando a conocer la materia, el tema a tocar y claro... para voltear la situación, comparto NO la nota de grado que obtuve pero sí MI evaluación sobre el profesor.
Materia: Redacción Periodística II.
Rango del Profesor@: Conocedor@ de la materia... medio loc@
Trabajo: Realizar una crónica con base real
El reloj marca las 7:55 de la noche. Es un viernes de abril y un aire fresco pasea a la primavera.
Las personas han llegado al teatro. Mientras se saludan allegados y desconocidos, sus atuendos elegantes y lujosos, desfilan unos para otros.
El lugar protagonista de la función, recibe a sus invitados en su mejor aspecto. Las luces de neón le adornan en cada esquina para relucir su contexto.
Tras bastidores se preparan los bailarines. Faltan cinco minutos para que comience el espectáculo. Tratan de relajar sus músculos y estiran sus brazos desplazando el cuerpo hacia atrás; Flexionan sus piernas. Respiran profundamente una y otra vez.
La exhibición basada en la ópera de Carmen, es una de las tantas realizadas por la bailarina principal. Su vida ha sido el arte. Su compañero, el baile.
Conoce a la música más que a ella misma. Sus pasos los realiza cargados de pasión. Son suaves y a la vez llenos de actitud. Reflejan un ritmo acompañado de emoción, temperamento, sensibilidad y gracia.
Un joven coordinador le comunica que están por iniciar. Se da un último vistazo ante el espejo del camerino. Se distingue a si misma triste. Sus enormes ojos negros, maquillados excesivamente con sombras matizadas, le expresan lo que las palabras le callan.
Se detiene en el medio del escenario. La larga y gruesa cortina roja de fachada, le roza los dedos que dócilmente agita en busca de disuadir los nervios. “Porque todavía se siente como la primera vez”.
Se coloca en la posición inicial. Sus brazos agarrados de su perfecta cintura. Su pie derecho delante del izquierdo formando un triangulo abierto y lo más importante, su cabeza en alto, para brindar al público la necesaria mirada atractiva.
La música emprende su labor. Se abre el telón y miles de colores se posan a través de fulgores sobre los danzantes. Piruetas, castañuelas y guitarras comienzan a deslizarse en el espacio, impulsando una energía propia de un ritmo determinado.
“Carmen” sonríe mientras oculta sus ojos tristes. Recreándose entre el baile y la música es que mejor lo logra.
Representa la trama con el agite de su falda, prensada en vuelos tornasolados color rubí, que deja descender sobre el lustrado suelo de tabla.
Los bailarines secundarios le admiran siguiéndole sus pasos. “Niños”, “soldados” y “pueblerinos”, zapatean al compás de palmas, en las calles sevillanas montadas en el escenario. Algunos vociferan alegres “Olé, Olé” sentados desde un artificial forraje pardo y otros, intervienen con gestos y miradas para enfatizar las emociones del contenido de la obra.
La audiencia observa. Desde los palcos, presencian a la figuras en movimientos, valiéndose la mayoría de pequeños binoculares metálicos. Sus ojos se transportan a la época y al lugar. En lo profundo de su ser, sienten aquella esencia del paisaje.
En la zona de platea, disfrutan su frontal. Rostros alegres, se pintan sonrisas que saben dibujar y le atribuyen aprobación, a quienes no paran de danzar.
Las horas pasan y el final se acerca. La bailarina estelar, continua su faena. Sonríe, corteja y cautiva. Su corazón se acelera con cada paso escenificado. Siente correr su sangre. Siente su pulso apresurado. En un instante, olvida su contorno y se ve tan sólo a ella en escena. Destreza íntimamente la pasión de bailar. El goce infinito de dominar el espacio y el movimiento.
La música concluye su labor. Las luces se apagan. El telón cae. Los bailarines descienden hacia su papel real.
Una lluvia de aplausos retumba en las paredes del teatro. Los minutos pasan y no cesan los cumplidos.
Algunos se levantan y gritan “¡Bravo, bravo!”. Otros se quedan sentados, limitados a proporcionar una emoción que agradece el esfuerzo de concebir una de las grandes historias escritas. Son aplausos politizados, más emocionales que mentales. Más terapéuticos que artísticos.
El aplauso largo y sincero parece dirigirse especialmente hacia el fondo de la plataforma.
Un rostro con sonrisa y melancolía, de ojos grandes y vestido rojo español, irradia profusas emociones simultáneamente. Contempla con tristeza. Ríe con satisfacción. Consiente a los méritos.
Lentamente, sale de aquella atmósfera de entretenimiento. Entra a un lugar donde los asistentes no pueden verle.
El lugar que fue protagonista, se desaloja. Las bocinas de los autos se empiezan a escuchar cada vez más lejos, hasta que se siente un silencio sereno, roto apenas por murmullos naturales de la noche.
Ella permanece dentro. Observa el vacío. Recuerda días de ayer. Ni un millón de palabras y lágrimas pueden hacer que vuelvan. Lo sabe, porque lo ha intentado. Lo sabe, porque ha llorado.
Su relación existirá ahora sólo para ella. Habrá una de distancia entre aquel mundo de fiestas y su mirada intimidante.
Vivió lo suficiente. Logró lo ascendente. Era hora de retirarse. Le duele decir adiós.
Siente una agonía insaciable cuando se despide de las fieles murallas, tantas veces cómplices de sus aventuras.
Se levanta. Comprende que no es adiós. El baile, la música y el teatro residen en ella. Sus momentos también.
Da un último vistazo, se recoge el vestido largo y abandona a son de pasos.
Rango del Profesor@: Conocedor@ de la materia... medio loc@
Trabajo: Realizar una crónica con base real
- Último Vistazo
El reloj marca las 7:55 de la noche. Es un viernes de abril y un aire fresco pasea a la primavera.
Las personas han llegado al teatro. Mientras se saludan allegados y desconocidos, sus atuendos elegantes y lujosos, desfilan unos para otros.
El lugar protagonista de la función, recibe a sus invitados en su mejor aspecto. Las luces de neón le adornan en cada esquina para relucir su contexto.
Tras bastidores se preparan los bailarines. Faltan cinco minutos para que comience el espectáculo. Tratan de relajar sus músculos y estiran sus brazos desplazando el cuerpo hacia atrás; Flexionan sus piernas. Respiran profundamente una y otra vez.
La exhibición basada en la ópera de Carmen, es una de las tantas realizadas por la bailarina principal. Su vida ha sido el arte. Su compañero, el baile.
Conoce a la música más que a ella misma. Sus pasos los realiza cargados de pasión. Son suaves y a la vez llenos de actitud. Reflejan un ritmo acompañado de emoción, temperamento, sensibilidad y gracia.
Un joven coordinador le comunica que están por iniciar. Se da un último vistazo ante el espejo del camerino. Se distingue a si misma triste. Sus enormes ojos negros, maquillados excesivamente con sombras matizadas, le expresan lo que las palabras le callan.
Se detiene en el medio del escenario. La larga y gruesa cortina roja de fachada, le roza los dedos que dócilmente agita en busca de disuadir los nervios. “Porque todavía se siente como la primera vez”.
Se coloca en la posición inicial. Sus brazos agarrados de su perfecta cintura. Su pie derecho delante del izquierdo formando un triangulo abierto y lo más importante, su cabeza en alto, para brindar al público la necesaria mirada atractiva.
La música emprende su labor. Se abre el telón y miles de colores se posan a través de fulgores sobre los danzantes. Piruetas, castañuelas y guitarras comienzan a deslizarse en el espacio, impulsando una energía propia de un ritmo determinado.
“Carmen” sonríe mientras oculta sus ojos tristes. Recreándose entre el baile y la música es que mejor lo logra.
Representa la trama con el agite de su falda, prensada en vuelos tornasolados color rubí, que deja descender sobre el lustrado suelo de tabla.
Los bailarines secundarios le admiran siguiéndole sus pasos. “Niños”, “soldados” y “pueblerinos”, zapatean al compás de palmas, en las calles sevillanas montadas en el escenario. Algunos vociferan alegres “Olé, Olé” sentados desde un artificial forraje pardo y otros, intervienen con gestos y miradas para enfatizar las emociones del contenido de la obra.
La audiencia observa. Desde los palcos, presencian a la figuras en movimientos, valiéndose la mayoría de pequeños binoculares metálicos. Sus ojos se transportan a la época y al lugar. En lo profundo de su ser, sienten aquella esencia del paisaje.
En la zona de platea, disfrutan su frontal. Rostros alegres, se pintan sonrisas que saben dibujar y le atribuyen aprobación, a quienes no paran de danzar.
Las horas pasan y el final se acerca. La bailarina estelar, continua su faena. Sonríe, corteja y cautiva. Su corazón se acelera con cada paso escenificado. Siente correr su sangre. Siente su pulso apresurado. En un instante, olvida su contorno y se ve tan sólo a ella en escena. Destreza íntimamente la pasión de bailar. El goce infinito de dominar el espacio y el movimiento.
La música concluye su labor. Las luces se apagan. El telón cae. Los bailarines descienden hacia su papel real.
Una lluvia de aplausos retumba en las paredes del teatro. Los minutos pasan y no cesan los cumplidos.
Algunos se levantan y gritan “¡Bravo, bravo!”. Otros se quedan sentados, limitados a proporcionar una emoción que agradece el esfuerzo de concebir una de las grandes historias escritas. Son aplausos politizados, más emocionales que mentales. Más terapéuticos que artísticos.
El aplauso largo y sincero parece dirigirse especialmente hacia el fondo de la plataforma.
Un rostro con sonrisa y melancolía, de ojos grandes y vestido rojo español, irradia profusas emociones simultáneamente. Contempla con tristeza. Ríe con satisfacción. Consiente a los méritos.
Lentamente, sale de aquella atmósfera de entretenimiento. Entra a un lugar donde los asistentes no pueden verle.
El lugar que fue protagonista, se desaloja. Las bocinas de los autos se empiezan a escuchar cada vez más lejos, hasta que se siente un silencio sereno, roto apenas por murmullos naturales de la noche.
Ella permanece dentro. Observa el vacío. Recuerda días de ayer. Ni un millón de palabras y lágrimas pueden hacer que vuelvan. Lo sabe, porque lo ha intentado. Lo sabe, porque ha llorado.
Su relación existirá ahora sólo para ella. Habrá una de distancia entre aquel mundo de fiestas y su mirada intimidante.
Vivió lo suficiente. Logró lo ascendente. Era hora de retirarse. Le duele decir adiós.
Siente una agonía insaciable cuando se despide de las fieles murallas, tantas veces cómplices de sus aventuras.
Se levanta. Comprende que no es adiós. El baile, la música y el teatro residen en ella. Sus momentos también.
Da un último vistazo, se recoge el vestido largo y abandona a son de pasos.
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