lunes, 14 de abril de 2008

Sacrificios por amor

“La medida del amor es amar sin medida”.
San Agustín

Cuando le dijeron que su hijo desarrollaría una vida mediante los efectos de parálisis cerebral su existencia se detuvo. Meditaba sobre los desafíos y rechazos que esa nueva inocente criatura tendría que lidiar en la cruel realidad pautada por los seres humanos. Observaba momento a momento al pequeño ser que a través de las lágrimas le pedía, a su entender, algún tipo de alimento o quizás simplemente un gesto de cariño. Él – como padre – se enamoró inmediatamente de aquél retoño que para muchos era diferente y que sin embargo, él distinguía como alguien especial.

Los años fueron pasando y de la mano, padre e hijo desencadenaron una vida catalogada como normal. El le enseñaba las cosas y le explicaba con detalle como funcionaban, el secreto de su importancia en la faena cotidiana. El hijo sonreía mostrando su aprobación como a la vez, hacía gestos de ignorancia cuando exponían temas de su desagrado.

Dentro de su percepción ante la vida, ambos disfrutaban de un profundo interés por los deportes, en especial por el triatlón atlético “Ironman” el cual era celebrado anualmente en su país. Tal vez de manera hipotética, el padre soñaba con algún día ser parte de la competencia junto a su hijo. Algunas voces le reclamaban el deseo de esa fantasía. ¿Cómo sería posible que una persona más allá de los cincuenta años participe y se encargue de alguien mentalmente convaleciente en lo que es considerado la prueba más exigente dentro de la técnica del Triatlón?

Él – una vez más como padre – apreció las circunstancias de un modo oportuno. Apoyándose uno al otro, iniciaron un entrenamiento riguroso de caminatas, natación y ciclismo diario. Cuando el padre sintió que era el momento de actuar, se dirigió a inscribírse en el desafío.

En un período de aproximadamente 17 horas sin interrupción, padre e hijo completaron el reto deportivo que no todos tienen la satisfacción de conquistar. Sobre sus dos orgullosos hombros, el padre cargó a su ser especial y juntos, nadaron en las olas abiertas del mar. Traspasaron a través de la bicicleta, los rocosos senderos de montañas bañadas en neblina y atravesaron un maratón de carrera que los guió a la última de las pruebas que representó la meta de lo imposible a lo posible.

Al buscar el significado de la palabra “Sacrificio” en el diccionario de la Real Academia Española, uno de los variados sentidos que le consignan es “Acto de abnegación inspirado por la vehemencia del amor”.

Amor, aquella fuerza que gran parte de la población considera el motor que permite que la vida fluya. Para aquellas personas que los años le han enseñado más lecciones que conocimientos, se resisten a llamar sacrificio al conjunto de acciones nobles que libremente realizan las personas; Porque es como las palabras de mi abuelan lo ameritan, “Por amor nada es sacrificio…”.

Las abnegaciones que una persona desarrolla pueden ir desde detalles ingenuos como dejar de fumar o digerir algún tipo de comida que se disfrute, como a su vez abarca el acto de dar la vida por quienes amas, tal como hizo el protagonista de la festividad de Semana Santa.

El objeto que el individuo se cohíbe al forjar el sacrificio no es lo importante de la obra.
Para quienes lo practican, la belleza se concentra en el sentido del gesto que permanece su excelencia.

Quizás, en el trayecto de nuestras vidas y sin necesariamente haberle denominado sacrificio, hemos realizado la labor humanitaria por amor a nuestros padres, hermanos, amigos y demás seres queridos. Quizás, esos seres queridos lo han hecho por nosotros.

No es que sea dar la vida por amor. Más bien, es dar el amor en tu vida.

Publicado en prensa por la revista Semana Santa en texto de Natalia MQ - 12 Abril, 2008.

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